Uno de los indiscutibles iconos musicales y culturales de Estados Unidos es sin duda Johnny Cash. El Hombre de Negro despunto a mediados de los cincuenta en el sello Sun bajo el auspicio de Sam Phillips, conoció la gloria absoluta a finales de los sesenta con sus dos discos grabados en las prisiones de Folsom y San Quintin, tuvo su propio programa de televisión con un considerable éxito, comenzó a zigzaguear a mediados de los setenta, naufragó hasta límites insospechados en los ochenta y surgió con más fuerza que nunca bajo la batuta de Rick Rubin a mediados de los noventa con la impoluta saga American Recordings. Todo ello y mucho más está maravillosamente glosado en esta monumental biografía escrita por Robert Hilburn que tuvo el privilegio de cubrir el concierto en la prisión de Folsom para el periódico Los Angeles Times. Lo edita Es Pop ediciones lo que es garantía de calidad. Una editorial imprescindible, un puto milagro en este país.
Hilburn nos cuenta de manera arrebatadora la vida y obra de Johnny Cash a lo largo de más de seiscientas páginas y cuando terminas no quieres hacerlo porque el resultado es despampanante. El trabajo de documentación es exhaustivo, inmejorable y el autor sabe dosificar la información de forma brillante, encajando las palabras como en la mejor literatura. El volumen combina a la perfección los aspectos musicales con los vitales, unos no se entienden sin los otros y juntos dan forma a una especie de novela río, tan buena como cualquiera de las míticas que se te pase por la cabeza.
Hilburn intercala testimonios de sus múltiples entrevistados con su prosa pero indudablemente ésta tiene más peso y se torna definitiva. Hay anécdotas de todo tipo. No puede faltar la cuota de destrozos en hoteles y actitud pendenciera en la que al parecer también Johnny Cash fue pionero. La dependencia de Cash de las anfetas está glosada con todo lujo de detalles. Y en este asunto como en tantos otros Hilburn no parece dejarse nada en el camino. Al igual que hizo Zanes en la biografía de Petty las partes oscuras lejos de estar sepultadas están tan expuestas como todo el brillo musical de la carrera de Cash. Y ese es un aspecto que se agradece. Nada de medias tintas ni paños calientes. A fuego.
Como tantos otros de mi generación conocí la música de Johnny Cash a raíz de la publicación de la serie American Recordings. Aquellos discos me volaron la cabeza y lo siguen haciendo cada vez que los pongo. En el libro hay un capítulo que se titula Rick Rubin y no es para menos porque el barbas rescató a Cash de la más absoluta miseria artística. Era difícil caer mas bajo de lo que estaba Cash en aquellos años. Toda esa etapa está prodigiosamente documentada y escrita en el libro de Hilburn. Es alucinante el contraste que se dio en los días en que Johnny Cash estaba grabando con Rubin. Al mismo tiempo para mantener a toda la troupe que dependía económicamente de él, Cash estaba confinado en un pueblo perdido del medio oeste americano, pasto de una nostalgia rancia y chusca. Daba concierto para doscientas personas en un tinglado medio turístico y estaba deseando salir de allí para grabar con Rubin. Es demencial. Su hija Rosanne Cash afirma rotunda que Rubin le salvó la vida. Y tal como está contada esa parte tienes esa sensación, no se trata sólo de música, es la música como salvación, como redención, como una segunda, tercera o cuarta oportunidad. Un capítulo estremecedor.
Pero antes de llegar a una coda artística final brillante a más no poder se recorren los casi cuarenta años de carrera. La primera etapa en Sun es fantástica, la vitalidad y el empuje de Cash a mediados de los cincuenta y en buena parte de los sesenta ya en el sello Columbia tiene muchos picos altos pero está también salpicada de zonas oscuras. Y Hilburn no esconde nada. Muchas anécdotas relacionadas con el exacerbado consumo de anfetas por parte de Cash son increíbles. Lo lees y piensas en cómo pudo llegar este tipo hasta los setenta y un años. Parece un milagro. Algo que seguro le gustaría pensar al propio Cash, ferviente religioso, de esos que viven con la culpa por caer en las tentaciones.
Muchas personas que rodearon a Cash a lo largo de su carrera tienen un carisma casi tan grande como el propio Hombre de Negro. Por ejemplo tanto la aparición en escena de Kris Kristofferson como la de Marty Stuart son antológicas. El capítulo en el que sale por primera vez Kristofferson es una delicia, es más cuando lo estaba leyendo no podía dejar de pensar que la propia vida de Kristofferson y todas sus peripecias merecerían también otro libro como el de Cash. De Stuart me gusta su personalidad. Arrebatadora. Afirma en un momento del volumen que Cash estaba rodeado de empleados y más empleados, gente que decía a todo que sí para conservar su puesto en el tinglado. Stuart se muestra combativo y no duda en hablar claro al Hombre de Negro.
Pensaba que la peor época de Cash se ceñía exclusivamente a la década de los ochenta pero su declive comenzó mucho antes. A mediados de los setenta ya empezó a dejar la música a un lado. Comenzó a centrarse en el rollo religioso. Es una parte que me ha resultado especialmente sórdida. Ese tema lo domina todo hasta el punto de involucrarse en la creación de una película sobre Jesucristo, a compartir numerosos actos con el predicador Billy Graham, a situar la religión en el centro de su vida. Esos años que van del 73 hasta que finaliza su contrato con Columbia son en lo artístico un páramo casi absoluto. Ni mencionar su etapa en Mercury con discos sin vida, vacíos, sin nada que rescatar.
Otro aspecto que da mucho juego, fundamental es la relación de Cash con su primera mujer, Vivian Liberto y luego con June Carter. Con la primera tuvo cuatro hijas con las que en muchos momentos mantuvo una difícil relación , un aspecto que torturaría a menudo a Cash, y con la segunda el camino está plagado de picos y bajos, con momentos de absoluta locura. También tiene mucha importancia el tema de la delicada salud de Johnny Cash, una constante en su últimos tres lustros de vida con continúas entradas y salidas del hospital. De hecho cuando Cash murió parecía mucho mayor de lo que era. Los últimos momentos en la vida de Cash son sobrecogedores. Lo mejor, lo realmente sorprendente y aplastante es que lograse grabar en esos últimos años sus mejores discos. Una idea que Rubin le lanzó desde el principio, diciéndole: quiero grabarte tu mejor disco. Y el baRbas lo consiguió, ya lo creo que si.
Hilburn nos cuenta de manera arrebatadora la vida y obra de Johnny Cash a lo largo de más de seiscientas páginas y cuando terminas no quieres hacerlo porque el resultado es despampanante. El trabajo de documentación es exhaustivo, inmejorable y el autor sabe dosificar la información de forma brillante, encajando las palabras como en la mejor literatura. El volumen combina a la perfección los aspectos musicales con los vitales, unos no se entienden sin los otros y juntos dan forma a una especie de novela río, tan buena como cualquiera de las míticas que se te pase por la cabeza.
Hilburn intercala testimonios de sus múltiples entrevistados con su prosa pero indudablemente ésta tiene más peso y se torna definitiva. Hay anécdotas de todo tipo. No puede faltar la cuota de destrozos en hoteles y actitud pendenciera en la que al parecer también Johnny Cash fue pionero. La dependencia de Cash de las anfetas está glosada con todo lujo de detalles. Y en este asunto como en tantos otros Hilburn no parece dejarse nada en el camino. Al igual que hizo Zanes en la biografía de Petty las partes oscuras lejos de estar sepultadas están tan expuestas como todo el brillo musical de la carrera de Cash. Y ese es un aspecto que se agradece. Nada de medias tintas ni paños calientes. A fuego.
Como tantos otros de mi generación conocí la música de Johnny Cash a raíz de la publicación de la serie American Recordings. Aquellos discos me volaron la cabeza y lo siguen haciendo cada vez que los pongo. En el libro hay un capítulo que se titula Rick Rubin y no es para menos porque el barbas rescató a Cash de la más absoluta miseria artística. Era difícil caer mas bajo de lo que estaba Cash en aquellos años. Toda esa etapa está prodigiosamente documentada y escrita en el libro de Hilburn. Es alucinante el contraste que se dio en los días en que Johnny Cash estaba grabando con Rubin. Al mismo tiempo para mantener a toda la troupe que dependía económicamente de él, Cash estaba confinado en un pueblo perdido del medio oeste americano, pasto de una nostalgia rancia y chusca. Daba concierto para doscientas personas en un tinglado medio turístico y estaba deseando salir de allí para grabar con Rubin. Es demencial. Su hija Rosanne Cash afirma rotunda que Rubin le salvó la vida. Y tal como está contada esa parte tienes esa sensación, no se trata sólo de música, es la música como salvación, como redención, como una segunda, tercera o cuarta oportunidad. Un capítulo estremecedor.
Pero antes de llegar a una coda artística final brillante a más no poder se recorren los casi cuarenta años de carrera. La primera etapa en Sun es fantástica, la vitalidad y el empuje de Cash a mediados de los cincuenta y en buena parte de los sesenta ya en el sello Columbia tiene muchos picos altos pero está también salpicada de zonas oscuras. Y Hilburn no esconde nada. Muchas anécdotas relacionadas con el exacerbado consumo de anfetas por parte de Cash son increíbles. Lo lees y piensas en cómo pudo llegar este tipo hasta los setenta y un años. Parece un milagro. Algo que seguro le gustaría pensar al propio Cash, ferviente religioso, de esos que viven con la culpa por caer en las tentaciones.
Muchas personas que rodearon a Cash a lo largo de su carrera tienen un carisma casi tan grande como el propio Hombre de Negro. Por ejemplo tanto la aparición en escena de Kris Kristofferson como la de Marty Stuart son antológicas. El capítulo en el que sale por primera vez Kristofferson es una delicia, es más cuando lo estaba leyendo no podía dejar de pensar que la propia vida de Kristofferson y todas sus peripecias merecerían también otro libro como el de Cash. De Stuart me gusta su personalidad. Arrebatadora. Afirma en un momento del volumen que Cash estaba rodeado de empleados y más empleados, gente que decía a todo que sí para conservar su puesto en el tinglado. Stuart se muestra combativo y no duda en hablar claro al Hombre de Negro.
Pensaba que la peor época de Cash se ceñía exclusivamente a la década de los ochenta pero su declive comenzó mucho antes. A mediados de los setenta ya empezó a dejar la música a un lado. Comenzó a centrarse en el rollo religioso. Es una parte que me ha resultado especialmente sórdida. Ese tema lo domina todo hasta el punto de involucrarse en la creación de una película sobre Jesucristo, a compartir numerosos actos con el predicador Billy Graham, a situar la religión en el centro de su vida. Esos años que van del 73 hasta que finaliza su contrato con Columbia son en lo artístico un páramo casi absoluto. Ni mencionar su etapa en Mercury con discos sin vida, vacíos, sin nada que rescatar.
Otro aspecto que da mucho juego, fundamental es la relación de Cash con su primera mujer, Vivian Liberto y luego con June Carter. Con la primera tuvo cuatro hijas con las que en muchos momentos mantuvo una difícil relación , un aspecto que torturaría a menudo a Cash, y con la segunda el camino está plagado de picos y bajos, con momentos de absoluta locura. También tiene mucha importancia el tema de la delicada salud de Johnny Cash, una constante en su últimos tres lustros de vida con continúas entradas y salidas del hospital. De hecho cuando Cash murió parecía mucho mayor de lo que era. Los últimos momentos en la vida de Cash son sobrecogedores. Lo mejor, lo realmente sorprendente y aplastante es que lograse grabar en esos últimos años sus mejores discos. Una idea que Rubin le lanzó desde el principio, diciéndole: quiero grabarte tu mejor disco. Y el baRbas lo consiguió, ya lo creo que si.