Es probable que tras escuchar a Fernando Trueba agradecer de aquella forma tan original su oscar a Billy Wilder muchas personas se acercasen a la obra de este pequeño (de estatura) director. Y desde luego es una filmografía en la que perderse porque el amigo Wilder dominaba el medio cinematográfico como pocos. Se curtió como guionista a lado de Lubitsch y supo coger lo mejor de éste y poner mucho de su parte para hablar de las miserias humanas consiguiendo hacernos reír en el camino. Cultivó como pocos la comedia (un género a reivindicar hasta el fin de los días) y cuando picoteo en otros también lo bordó. Ahí están Perdición, El crepúsculo de los dioses, Traidor en el infierno, Testigo de cargo… Muchas y muy buenas. El cine de Wilder sigue tan vigente como cuando se estrenó.
Hoy me apetece escribir sobre Primera plana una punzante comedia que arrasa con todo. Esta película está basada en un texto del gran Ben Hetch, The Front Page y antes de que Wilder la dirigiese ya se habían hecho dos versiones, una de Lewis Milestone (que no he visto) y otra de Howard Hawks. Esta última es una maravilla interpretada por Cary Grant y Rosalind Russell. No se queda ni un centímetro atrás la de Wilder. Uno de los muchos cambios de Wilder respecto a la de Hawks es que aquí los protagonistas son dos hombres encarnados por Walter Matthau y Jack Lemmon. Si hay que enviar al espacio exterior unas escenas en las que se explique eso tan intangible que llamamos “química” entre actores se puede mandar cualquiera de este film. Lemmon con su aspecto corriente, su rostro vulnerable, el típico hombre que no puede sortear las desdichas y Matthau con su careto de cabroncete y esas maneras medio mafiosas que se gasta en este film. Por separado, brilllantes. Juntos, insuperables.
Una baza tremenda en Primera plana son los diálogos. Rápidos e hilarantes. La velocidad con la que habla Walter Matthau le da un toque invencible a sus intervenciones. La ironía y el sarcasmo reinan por todo lo alto. El tema elegido da juego, mucho juego. Y la película puede verse como un canto a la libertad de expresión, una defensa del periodismo a pesar de que ataca a la profesión de lo lindo. Pero eso es como la vida misma, un poco de amor duro, es mejor criticar lo que amas que dejarte llevar y ser pasivo. El argumento es sencillo: Walter Burns (Walter Matthau) el director del periódico local (repleto de ineptos y tipos acomodados que piensan más en las partidas de cartas que en ejercer su profesión) recurre al único tipo con talento Hildy Johnson (Jack Lemmon) para cubrir la ejecución de la pena de muerte de un pobre diablo. Pero Hildy tiene otros planes. Casarse con una corista de Philadelphia y dedicarse a la publicidad. Esa línea argumental nos proporciona desternillantes tiras-aflojas entre Lemmon y Matthau que son la Biblia de la comedia. Pero por debajo de esta trama hay mucho mas. Siempre me viene a la mente una frase de Wilder que afirmaba que si no podía aseverar que todo el mundo estaba corrupto es porque no conocía a todo el mundo. Aquí todos se llevan hostias. Dadas con clase eso sí. Como casi siempre en las pelis de Wilder las que mejor paradas salen son las putas. Los políticos, la policía y demás estamentos de la sociedad a la hoguera.