A mediados de los noventa en una asignatura de Economía de la carrera de Periodismo nos dieron una charla sobre Internet. El ponente nos presentó un futuro halagüeño, prometedor, incluso brillante. La Red, todavía en pañales, iba a democratizar nuestras vidas, generaría nuevas oportunidades laborales, posibilitaría el acceso a la cultura de todo el mundo. Nos haría la vida más fácil, mejoraría nuestra existencia. Todos escuchábamos con atención y nadie le contradijo. No era plan. 20 años después Andrew Keen ha escrito un minucioso, documentado y por momentos furibundo ensayo sobre lo que ha supuesto Internet y el resultado es espectacular, mejor escrito aterrador.
En mi último año de carrera tuve la fortuna de hacer unas prácticas remuneradas (hoy en día ciencia ficción) en una importante empresa ubicada en el Parque Tecnológico de Zamudio y allí tuve mi primer contacto con Internet. Y me quedé prendado del invento. Siempre he sido un tipo curioso al que le ha gustado buscar información sobre muchos temas que me interesan. Y en la Red encontrabas de todo, así sigue siendo hoy en día. Si eras un excéntrico como yo que quería saber las estadísticas de Sarunas Marciulionis en la Nba, ahí estaban a unos cuantos clicks. Bien. Eran los primeros años del invento y todavía era el asunto 1.0. Si aquello era revolucionario lo que vino después ha puesto el mundo patas arriba. El 2.0 lo ha cambiado todo. Pero, ¿para bien?, ¿ha mejorado la vida de las personas? A esa pregunta y unas cuantas más responde con sarcasmo, humor y un complejo y por momentos inquietante muestrario de datos y opiniones fundadas Andrew Keen.
Internet no es la respuesta es un libro revelador que cuestiona los beneficios de la Red sin poner en entredicho sus ventajas. No se trata de un ataque gratuito contra el invento, para nada, sino un ensayo profundo en el que se cuestiona el funcionamiento de la Web y como las promesas de un mundo mejor y más democrático han sido aplastadas por las innumerables connotaciones negativas que tiene su aplicación. Como la sangrante pérdida de puestos de trabajo en las industrias del cine, la fotografía o la música por señalar las más obvias. Pero también en la hostelería o en el transporte. Tal vez no se pueda negar que para el usuario hay muchas ventajas pero para el modelo industrial ha supuesto un caos irreparable, de dimensiones bíblicas al que nadie parece ponerle freno. Keen plantea que otro Internet es no sólo posible, sino deseable e imprescindible.
En el libro se ponen innumerables ejemplos de la destrucción de millones de puestos de trabajo. Y ahí no acaba la cosa. El autor defiende que cada vez que utilizamos Google, Facebook, Twitter o Instagram en realidad estamos trabajando para ellos. El Big Data, el rastreo de lo que consumimos y hacemos está empaquetado para que nos vendan de todo. Pero claro, casi nadie se cree ese discurso. Nuestro pensamiento está más en lo que con verdadero tino escribió el autor en una ocasión: Actualizo, luego existo. Demoledor. Saco un selfie o una foto y la cuelgo porque si no lo hago es como si no hubiese existido.
Keen no se anda con remilgos y pone en el disparadero a las grandes empresas que se están quedando con todo el pastel aplastando todo lo que encuentran a su paso: Google, Amazon, Instagram, Facebook.... Los grandes triunfadores de esta era que ni rinden cuentas ni tienen intención de hacerlo. Claro que algunos le tildarán de pesimista o apocalíptico pero el ensayo está repleto de datos avalados que nos señalan las veces que estas empresas han sido investigadas por sus prácticas poco éticas por decirlo suavemente. Keen nos advierte de que el Todo Gratis de la Red lo vamos a pagar muy caro en el futuro. Y le creo.