En apenas dos meses han coincidido en el mercado dos libros dedicados a Bill Murray. Yo Bill Murray de Marta Jiménez y Como ser Bill Murray de Gavin Edwards. El segundo me lo acabo de leer y ha sido otro viaje divertido, por momentos alucinante, que me ha servido para conocer más anécdotas delirantes protagonizadas por el bueno de Bill. Edwards colaborador entre otros medios de la Rolling Stone se ha entrevistado con muchos compañeros de reparto de Murray, con directores de sus películas y con algunos de los protagonistas de esas rocambolescas historias protagonizadas por este peculiar tipo. Además entrevistó al propio Bill en el marco del Festival de Toronto de 2014 cuando celebraban el Día Bill Murray. Ahí queda eso.
Si el libro de Marta Jiménez merece la pena el de Gavin Edwards es imprescindible. Está escrito con el estilo adecuado para que todo el universo Murray resplandezca más si cabe. Lo que ves en la pantalla en las películas en las que aparece Murray es pecata minuta comparado con su modus operandi en la vida real. Ahí lo da todo. Si habitualmente una de las críticas más nocivas que les suelen hacer a los actores es que se interpretan a si mismo a Murray eso le parece un halago. Igualito que le sucedía a Robert Mitchum.
Edwards estructura el libro en diez capítulos basados en la filosofía Murray. Todos ellos están explicados y salpicados de diferentes anecdotas. Y se hace difícil escoger porque todas son jodidamente buenas. Algunas surrealistas, otras descacharrantes, todas sorprendentes. Voy a contar aquí tres de ellas que tienen relación con la música. Porque la música une a la gente. O al menos así debería ser.
En un largo viaje que Bill Murray tenía que hacer de Oakland a Sausalito el actor entabló conversación con el taxista y este le confesó que era un saxofonista frustado. Su trabajo en el taxi le robaba catorce horas diarias y rara vez podía ensayar. Entonces Murray le preguntó qué donde tenía el saxo y el taxista le contestó que en el maletero. Murray le propuso conducir el mientras el taxista iba tocando el saxo en el asiento trasero. Resulta que el tipo era muy bueno con el instrumento y eso hizo que la situación se alargara. Tanto que Murray invitó a cenar al perplejo taxista que acabó soplando el saxo en un asador de Oakland a las dos y cuarto de la madrugada. Los dos se lo pasaron pipa y Bill declaro: Fue una noche preciosa. Creo que cualquiera hubiera hecho lo mismo. Creo que cualquier persona, en un momento así, conecta y hace algo parecido.
El batería de The Roots, Questlove había escuchado historias sobre las legendarias fiestas de cerveza que Bill Murray preparaba en Williamsburg y sobre otras anecdotas poco comunes del actor. Pero lo que de verdad le sorprendió es que el actor le siguiese a tres sitios raros de Brooklyn donde Questlove ejercía de Dj. Questlove declaró: Yo no me creía que fuera el. Siempre era el último en irse. Eso era lo raro. Estamos hablando de una fiesta de mil personas, y cuando daban las siete de la mañana el seguía ahí.
Mi favorita para el final. Andrew Groothuis trabajó en 2001 como ayudante personal de uno de los actores de la película Moonrise Kindgom de Wes Anderson. Groothuis llevaba trabajando en el mundo del cine más de ocho años y las estrellas no le impresionaban pero tenía ganas de conocer a Bill Murray porque como confiesa en el libro es uno de los actores por los que pagaría una entrada de cine.
Groothuis no quería abordar a Bill Murray en los descansos del rodaje porque el actor en esos momentos estaba siempre con su hijo Cooper. El encuentro con el actor no acaba de producirse. Una noche aprovechando que el actor del que era asistente se fue a dormir Groothuis se quedó en el bar del hotel en el que se alojaban. Era de noche y no había nadie excepto él, la camarera y el conserje sentado tras su mesa en el vestíbulo. Groothuis le pidió permiso a la camarera para tocar un poco el piano que había en la instancia.
El asistente comenzó a entonar Thunder Road de Bruce Springsteen y a los pocos segundos de una anexa sala de billares que ni sabía que existía apareció Bill Murray con dos mujeres de mediana edad. El actor se dirigió a la camarera y le pidió que les prepararan unos appletinis para todos. Durante cinco horas el improvisado dúo cantó un repertorio variado, desde Billy Joel, pasando por The Foundations, Springsteen, y por supuesto todas las canciones que Murray había cantado en sus películas....
En un momento dado Groothuis comenzó a tocar el tema de los monitores novatos de Los incorregibles albóndigas, y el actor estalló en carcajadas... Hasta ese tema era capaz de recordar y cantar Murray. Hacia las cinco de la madrugada Bill comentó que tenía que irse a coger un avión. Antes de partir le dijo a Groothuis: Oye, nunca me acuerdo de los nombres, pero me quedo con las caras. Si me ves en cualquier parte, acércate a saludar.