Reconozcámoslo, los de nuestra generación (dejémoslo en treinta y tantos) hemos crecido con la tradición invariable e inmutable de ver pelis de romanos en esta época del año. Cuando solo había dos cadenas, después cuando se sumaron las privadas y para no variar incluso hoy en día esas cadenas e incluso algunas de pago se entregan a la causa Peplum, ese término que como tantos otros acuño la crítica francésa en los sesenta. La denominación al parecer viene de la prenda llamada péplum que era una especie de túnica sin mangas abrochada al hombro.
Una de las características fundamentales de este género es que los films siempre contaban con un reparto tremendo en el que coincidían unos cuantos actores de primera línea y otra pléyade de secundarios también de altos vuelos. Solían estar dirigidos por un tipo solvente, a menudo uno de esos llamados artesanos, así de forma un poco despectiva, gente que conocía el oficio de arriba abajo, tipos como Mervyn LeRoy que cuando dirigió Quo Vadis en 1961 tenía el culo más que pelado de batirse el cobre en el Hollywood clásico. Una reverencia para él.
Elijo Quo Vadis porque posiblemente es la película de este género que más veces he visto. Incluso si hoy en día la pillo en un zapping es probable que sucumba a su visionado. Este film no goza de una crítica muy favorable pero a mí me encanta. Las principales pegas que se le achacan viene de las licencias que se toma la película respecto a la novela de Henryk Sienkiewicz y de un aire demasiado teatral según los sesudos críticos. A mí me sigue encantando ver la chulería que se gastaba Robert Taylor, la ironía y el sarcasmo del personaje de Petronio fantásticamente interpretado por Leo Genn, la delicadeza y fragilidad de Deborah Kerr y sobre todo ese Nerón pasado de vueltas que compone Pete Ustinov. Juntos, magníficamente dirigidos por Mervyn LeRoy hacen de esta película un perfecto artefacto con aventuras, amor, acción y diversión.