A finales de los noventa Tom Waits fichó por Epitaph el sello dirigido por Brett
Gurewitz. El primer disco que publicó con ellos fue Mule Variations que se
convirtió en el álbum más vendido del amigo Waits. Recuerdo leer que se
despacharon más de un millón de copias de aquel artefacto. Increíble. A esas
alturas Tom ya era más que respetado (sobre todo entre los demás músicos) y
posiblemente ya había ganado un par de pleitos porque algún que otro listillo había
utilizado su música en algún anuncio sin su permiso. No tenía problemas de
liquidez precisamente.
Lo cierto es que los del
sello hicieron muy bien su trabajo a nivel de distribución y publicidad y Tom
lo hizo mucho mejor a nivel artístico. Si alguien me pidiese que le recomendase
un disco de Tom Waits Mule
Variations puede ser un gran inicio. Contiene todo el arsenal de este
sujeto. Su gusto por la cacharrería. Unas cuantas baladas que te agujerean el
corazón. Y blues de manual. Todo. También unas letras divertidas, sugerentes y
surrealistas a partes iguales.
Tras este disco vinieron Alice
y Blood
Money. Me acuerdo que cuando me los regaló Susana me comentó flipada
que había un stand para Tom Waits
colocado en Gong Records. Años después cuando Waits editó Real
Gone trabaje en aquella tienda y aluciné con todo lo que se vendía su
música. Sin duda Mule Variations fue un punto de inflexión en su carrera pero no
conviene olvidar que cuando se publicó Waits tenía una trayectoria de más de
veinticinco años y había sembrado para recoger.
Y la música no se resentía.
Desde que Waits iniciase su desbandada de los parámetros clásicos con aquel
desternillante Swordfishtrombones habían pasado casi tres lustros y Mule
variations no sólo no bajaba el nivel sino que de tan bueno era como si
fuese un recopilatorio. 16 temas en más de setenta minutos de música. Y eso que
tenía un inicio inusual y que podía descolocar con aquella loca Big In Japan en la que tocaba el bajo Les Claypool confeso admirador de la
música de Waits. Este tema tenía un toque extraño y unas percusiones
locas pero era impactante y se te quedaba a la primera.
Como en casi todos los
grandes discos de Waits uno de los músicos con más presencia era el hoy
cotizadísimo Marc Ribot. Un guitarrista
singular que daba un toque muy bueno a los temas en los que intervenía (siete
en total). Por ejemplo siempre me encantó en Cold Water un blues de toda la vida con una cachonda letra. Fue de
los primeros que se me quedó. También en Black
Market Baby donde el solo de Ribot se
te incrusta como un veneno. Otro ilustre que desfila por aquí es el armonicista
Charlie Musselwhite que lo borda en
varios temas (mi favorito Chocolate Jesús)
En el apartado más osado y
descacharrante hay muy buenos temas (Get
behind the mule, Filipino Box Spring Hog, Lowside of the road) y en las
baladas al piano sencillamente canciones
inolvidables. Picture in a frame, Georgia Lee y Take it with me miran de tu a tu a cualquier tema de la etapa más
convencional de Waits. Y siempre adoré la despedida con Come On Up To The House con el saxo dando un toque de distinción. La
clase de tema que tiene que estar colocado por fuerza en último lugar. Te deja
un regusto invencible.