Uno de los aspectos más interesantes de mi anterior empleo en una tienda de discos era la posibilidad de descubrir música a la que seguramente no hubiese accedido de no ser por haber estado en ese laboro. De vez en cuando descubrías discos muy buenos simplemente porque te llamaba la atención la portada, porque un nombre te resultaba familiar o incluso porque un cliente te recomendaba una rodaja. Era una gozada bidireccional. Y en ocasiones se hacían añicos todos tus prejuicios. Llegar a determinados artistas hubiese sido imposible en mi caso ya que su trabajo no se refleja en las publicaciones que suelo comprar (siempre Popular 1, muchas veces Ruta 66) o porque nadie te lo recomienda.
En mi estancia en el mencionado curro descubrí unos cuantos discos espectaculares, uno de ellos sin duda My Finest Work Yet de Andrew Bird. Recuerdo que el día que llegó le pregunté a un compañero si conocía algo de la obra de este tipo. Y me dijo que no. Yo le contesté que conocía a un Andrew Bird que había sido violinista en Squirrel Nut Zippers una de esas bandas que el Popu elevó a los altares en aquella moda neo-swing. Para muchos aquella banda fue cosa de un momento concreto pero para el que escribe discos como Hot, Perennial Favorites o Bedlam Ballroom eran todo menos moda. Música imperecedera y de muchos kilates comandada por Jimbo Mathus. De modo aunque sólo fuese por curiosidad cogí el cd y lo puse sin esperar nada.
La música de Andrew Bird no tiene nada que ver con Squirrel Nut Zippers. Nada de nada. Pero es maravillosa. Especial. My Finest Work Yet es uno de los discos que más me ha gustado en los últimos años. No tiene nada que ver con el swing, ni con el rock. Si hubiese que ponerle una etiqueta supongo que encajaría más en la de pop, elegante, distinto con toques jazz en la batería, con profundidad soul, con ribetes folk. No sé por qué lo emparento con el God´s Favorite costumer de Father John Misty y sin duda está a su altura. Descubro que el amigo Andrew lleva ya una larga carrera en solitario y no sé si el título que le ha puesto a su nuevo disco es muestra de su humor o realmente lo piensa pero lo cierto es que éste es un trabajo fino, fino, pura orfebrería musical repleta de detalles exquisitos.
Los dos instrumentos que guían estas diez canciones son el piano y el violín. Con el violín Bird utiliza a menudo el pizzicato integrándolo a la perfección en el tema, dándole un toque la mar de curioso. El piano de Tyler Chester está omnipresente, es clave en todos los temas y destaca sobremanera en Bloodless una excelsa canción que se va a los seis minutos y pico y que no quieres que termine. Una gozada para los oídos que comienza sutil con el piano y el violín en pizzicato de Bird compenetrándose a las mil maravillas con una de esas baterías (cortesía de Ted Poor) sutiles elegantes que me chiflan y que desemboca en un estribillo chulísimo aderezado con los elegantes coros de Madison Cunningham.
Ese es el segundo corte del álbum que se ha abierto con Sisyphus un tema muy pegadizo que atrajo mi atención desde la primera escucha con ese silbido tan cool. Este disco me fue ganando poco a poco mientras lo tuvimos puesto en la tienda. Algo totalmente inesperado tanto por en el nivel como por no estar muy acostumbrado a estos sonidos. Pero me hechizó. Y sigo sin saberlo encajar en ningún estilo concreto. En mi casa sólo hay dos tipos de música la que me gusta y la que no y la de Bird me alucina, al menos este disco, todo un descubrimiento que cada día que pongo en el reproductor me gusta más.
Los coros femeninos antes mencionados alcanzan cotas supremas en Cracking Codes un tema que investigando por el tubo le he visto interpretar junto a Yola. En el estudio es Madison Cunningham la que se encarga de las voces. Otros tres temas espectaculares son Proxy War, Manifest y el cierre repleto de clase con Bellevue Bridge Club. No hay fisura en todo el álbum, emocionante, peculiar una música diferente que ha venido para quedarse. Indagar en su discografía anterior debería ser el siguiente paso pero de momento le doy al play otra vez a este descomunal My Finest Work Yet.
Los dos instrumentos que guían estas diez canciones son el piano y el violín. Con el violín Bird utiliza a menudo el pizzicato integrándolo a la perfección en el tema, dándole un toque la mar de curioso. El piano de Tyler Chester está omnipresente, es clave en todos los temas y destaca sobremanera en Bloodless una excelsa canción que se va a los seis minutos y pico y que no quieres que termine. Una gozada para los oídos que comienza sutil con el piano y el violín en pizzicato de Bird compenetrándose a las mil maravillas con una de esas baterías (cortesía de Ted Poor) sutiles elegantes que me chiflan y que desemboca en un estribillo chulísimo aderezado con los elegantes coros de Madison Cunningham.
Ese es el segundo corte del álbum que se ha abierto con Sisyphus un tema muy pegadizo que atrajo mi atención desde la primera escucha con ese silbido tan cool. Este disco me fue ganando poco a poco mientras lo tuvimos puesto en la tienda. Algo totalmente inesperado tanto por en el nivel como por no estar muy acostumbrado a estos sonidos. Pero me hechizó. Y sigo sin saberlo encajar en ningún estilo concreto. En mi casa sólo hay dos tipos de música la que me gusta y la que no y la de Bird me alucina, al menos este disco, todo un descubrimiento que cada día que pongo en el reproductor me gusta más.
Los coros femeninos antes mencionados alcanzan cotas supremas en Cracking Codes un tema que investigando por el tubo le he visto interpretar junto a Yola. En el estudio es Madison Cunningham la que se encarga de las voces. Otros tres temas espectaculares son Proxy War, Manifest y el cierre repleto de clase con Bellevue Bridge Club. No hay fisura en todo el álbum, emocionante, peculiar una música diferente que ha venido para quedarse. Indagar en su discografía anterior debería ser el siguiente paso pero de momento le doy al play otra vez a este descomunal My Finest Work Yet.