En 1972 Mitchum todavía estaba de moda y fue portada de la Rolling Stone. Ahí salía su careto en la mítica revista en un artículo titulado El último forajido de la pantalla. El periodista que lo firmaba Grower Lewis estuvo en el rodaje de The Friends of Eddie Coyle (por estos lares titulada El confidente) pasándoselo pipa con las batallitas que contaba el amigo Mitchum que además estuvo a la altura de la leyenda que había sobre él codeándose con voluptuosas mujeres, abusando de alcohol y fumando hachis sin ningún tipo de recato. Todavía tenía cuerda para rato. Todo esto está perfectamente documentado y explicado en Olvidame, cariño la biografia que Lee Server escribió sobre Robert Mitchum, uno de los mejores libros que he leído en mi vida, incluyendo, novelas, ensayos o cualquier otro género.
La filmografía de Robert Mitchum está repleta de películas referentes en el género noir como Retorno al pasado, La noche del cazador o Encrucijada de odios que le tuvieron como uno de sus reclamos principales. Pero también como sucede a menudo conviene repasar pequeñas películas de cine negro que no han obtenido el eco que se merecían. Es el caso de The Friends of Eddie Coyle, una modesta película del año 73 y que junto a Yakuza y Adios muñeca son la trilogía más potente de todos los films en los que participó ese actor en la década de los setenta. Me vino a la mente el otro día tras leer que se ha editado en España la novela de George V.Higgins en la que se basa esta apreciable película. La presente edición está prologada por Dennis Lehane y esta es la clase de libro que ha influido en muchos escritores que después han obtenido más éxito que el propio autor. Uno de esos pioneros en la sombra.
The Friends of Eddie Coyle es una película realista que se sumerge en los bajos fondos de Boston donde no hay rastro de glamour. Los canallas involucrados en la trama circulan por un circuito de serie b o z en cuanto al crimen se refiere. Y en esa tesitura nadie mejor que Mitchum para poner su careto cansado al servicio de la trama. El hombre no puede estar más tirado. Depende de soplarle a la policía para librarse del trullo. Y desde el principio sabes que no le va a salir bien. Nadie como Mitchum para dar vida a esos perdedores que llevan marcada la fatalidad en cada arruga de su rostro. Cuando se rodó la película Mitchum contaba con 56 años y estaba de vuelta de todo. En los setenta tras más de treinta años en el negocio el actor era un referente para las nuevas generaciones, un tipo con carisma que todavía salía en portadas de revistas como la Rolling Stone donde se le seguían sus míticas fechorías en los rodajes.
La película no es una obra maestra, desde luego, pero tiene su miga. Su apariencia descuidada, su paseo por lugares corrientes y unos personajes creíbles son sus puntos positivos. Una crudeza no exenta de cierta belleza. Sin duda a veces encuentras la verdad en personajes al borde del abismo como el que encarna con su habitual dosis de apatía el actor que mejor sabía escuchar. Una película con un indudable encanto. Con vocación documental, Peter Yates hace un muy buen trabajo sumergiéndose con su cámara en la vida de los parias del crimen. Destaca por supuesto la interpretación de Robert Mitchum que arrasa con todo, más teniendo en cuenta que apenas aparece veinticinco minutos en pantalla pero la sensación que te da es que es el eje sobre el que gira todo el tinglado. Una vez más Mitchum lo consiguió. Y todavía le quedaban dos pelis potentes más en esa década: Yakuza y Adios muñeca.