Poco a poco voy
confirmando que la fama que tiene The Wire entre mis algunos de mis
amigos está más que justificada. Hace tiempo que Diego me comentó que era la
mejor serie que había visto y el otro día Ander me confirmó que todas las
temporadas mantienen el mismo nivel. Con la segunda temporada lo he comprobado.
Me parece tan brillante como la primera. Y no era nada fácil, sobre todo porque
The
Wire es una serie muy ambiciosa que opta por introducir numerosos
personajes y escenarios nuevos en cada temporada. Hay continuidad y todo está
relacionado pero la trama exige un espectador atento. Desde luego conmigo lo
han conseguido. Me he devorado la segunda temporada compulsivamente.
El modus operandi en
cuanto a guiones y forma de contar los hechos sigue los parámetros de la
primera temporada. Tomárselo con calma pero echando poco a poco el cebo para
atraer toda tu atención. En este caso la historia se centra en el puerto de
Baltimore. Nos metemos de lleno en el mundo de los estibadores. Personas
expuestas a numerosas tentaciones para hacerse con un más que jugoso dinero
extra sobre todo teniendo en cuenta que el sector está en crisis. Sujetos que
acaban relacionándose con mafias locales del peor pelaje. Y como en la primera
temporada la baza infalible de ésta son unos personajes con mucho que rascar. Frank Sobotka es uno de ellos. Tal vez
el mejor. Un tipo que sabe que tiene que hacer algo malo para conseguir una
cosa buena. Una de esas paradojas que se dan en la vida. Sabes que lo que este
tipo hace está mal pero te llegas a identificar con él y lo entiendes, de
alguna manera lo disculpas.
Respecto a la primera
temporada, aunque el ritmo narrativo y la filosofía sean similares hay aspectos
nuevos. Por ejemplo hay muchos momentos de humor, garrulo, nada sofisticado,
pero humor al fin y al cabo. Son las escenas que se desarrollan en el bar que
frecuentan los trabajadores del puerto. En ese entorno destaca Ziggy, el descontrolado hijo de Frank Sobotka, un personaje de esos que
no olvidas, un sicótico al que nada parece importarle y presto a liarla en
cualquier momento. El entorno laboral y social de estos trabajadores está muy
currado. Muchas secuencias en el bar son antológicas.
Otro aspecto que me ha
gustado es que se da más cancha a varios personajes femeninos. Kima tiene más presencia con acertadas
incursiones en su vida privada. Y me ha ganado la irrupción de Beatrice 'Beadie' Russell, una modesta
policía que elige un trabajo fácil y a la que la suerte o tal vez la desgracia
le va a dar un caso muy gordo. El de Beatrice es un personaje muy atractivo ya
que tiene que evolucionar desde una posición cómoda a una de riesgo en tiempo
récord.
En la segunda temporada
tampoco hay final feliz, ni resoluciones mágicas de última hora ni un ADN
obtenido no se sabe como ni historias raras. Si la primera deja un poso triste
sobre como se desarrollan los acontecimientos en esta segunda temporada el
sentimiento es directamente desolador. Los guionistas relacionande forma
sencilla y coherente la trama de la droga en las barriadas con el chanchullo en
los puertos de modo que todavía seguimos las andanzas de Stringer Bell, Avon, Omar y cía aunque como he comentado en
la segunda temporada se centran en el puerto. Ya estoy deseando cazar la
tercera temporada y continuar este viaje por Baltimore que desgraciadamente
creo que tiene que ver mucho con la realidad que vivimos y con los aspectos más
crueles del capitalismo descontrolado.
Y para finalizar la
Segunda Temporada otro montaje excelente de imágenes al ritmo de I feel alright de Steve Earle.