La década de los ochenta no tiene muy buena fama en cuanto producción musical. Pesan varios estigmas marcados a fuego. A saber, baterías chuscas, sintetizadores chillones, guitarras apagadas, efectos de sonido indeseable... Y puede que muchos discos que se grabaron en esa época cumplan con todo ello. Pero algunos, muchos, escapan con maestría a esos parámetros. Y todavía los pinchas hoy, y, efectivamente, te vuelan la puta cabeza. Podría poner cientos de ejemplos pero tengo predilección y devoción absoluta por The Lonesome Jubilee de John Mellencamp. Aquel álbum tenía un sonido superlativo. De la producción se encargó el propio Mellencamp junto a Don Gehman que también ejerció de ingeniero de sonido.
Hace años colaboré en una revista musical y uno de los artículos que más me gustó escribir y con el que me vine arriba que no veas fue una pequeña reseña de este grandioso álbum. Y puse algo así como que jamás violines, acordeones, mandolinas o banjos sonaron tan rockeros como en este disco. Y lo sigo pensando. El álbum tenía un claro contenido social pero estaba servido con una música festiva, contagiosa, una seducción instantánea para el que esto escribe. The Lonesome Jubilee se abre con Paper in Fire, un inicio fulgurante que que contó con un vídeo ultracool.