Un par de años de desvario habian llevado a un Martin Scorsese exhausto y en un estado deplorable al Hospital de Nueva York. ¡El amigo no tenía plaquetas! El consumo alocado de coca, el batiburrillo de medicamentos que el director tomaba para su asma cronica y una frenética actividad le había llevado hasta allí. En la cama del hospital Scorsese lo veía más que negro. Siempre pensó que no iba a pasar de los cuarenta y veía el final cerca. Afortunadamente como sucede a veces en la vida unos cuantos amigos vinieron a rescatarle. Le sacaron literalmente del pozo a base de amor duro. Nada de palmaditas en la espalda ni gilipolleces del estilo.
Scorsese se dio cuenta de que no podía seguir así. De que Toro Salvaje podía ser la luz al final del túnel. Un proyecto con el que De Niro venía atosigándole varios años y que a Martin no le atraía los más mínimo. Sin embargo, en aquella situación, en la cama del hospital, bien jodido, presa de la ansiedad y de la paranoia y sumergido en un proceso de autodestrucción que duraba ya demasiado tiempo, Scorsese se dio cuenta de que de alguna forma él era Jake La Motta. Y de que tal vez toda la mierda que había pasado le iba servir para hacer mucho más que una película de boxeo. Y con la inestimable ayuda de Robert De Niro lo consiguió. Vaya si lo consiguió.