Una de las razones de más peso a la hora de elegir una novela es la impresión que me causan las primeras páginas. Últimamente me dejo llevar por ese primer fogonazo a riesgo de perderme grandes obras. Hace unos años tenía más paciencia en estos menesteres. En la era pre-internet daba más oportunidades a las novelas, era más paciente y en ocasiones el esfuerzo compensaba con creces. Pero no sé si será por la acumulación de títulos que quiero leer o porque sencillamente me he vuelto más vago todavía ahora necesito un chute inicial potente que me arrastre a las siguientes páginas. El otro día Susana me leyó el primer párrafo de una gran obra de Dickens y piqué el anzuelo. Uno de los mejores inicios que recuerdo:
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el el camino opuesto. En una palabra aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.
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