jueves, 10 de abril de 2008

Tom Waits contra gigantes y molinos de viento

Ni los Rolling Stones, ni Bob Dylan, ni siquiera John Mellencamp. Nadie ha sido capaz de no sucumbir a los cantos de sirena de la publicidad. Casi nadie en el mundo de la música se ha resistido a que una canción suya aparezca en un anuncio. Muy pocos se han negado a la sponsorización de los conciertos. Todo el mundo ve un pastel inmenso y quiere su trozo. ¿Todos? Definitivamente no.

En un pueblo perdido de Estados Unidos vive un hombre que a veces parece un vagabundo, que aúlla como un lobo a la luna y que grita como un loco. Si te dicen que se ha escapado de una institución mental te lo crees. Pero resulta que ese tipo goza del respaldo unánime de la crítica, de la admiración de sus compañeros de profesión y de un número cada vez mayor de seguidores. Jamás ha vendido su alma y dudo mucho que lo haga. Me estoy refiriendo por supuesto a Tom Waits, único, inimitable (pese a quien pese) y auténtico. El último forajido.

En el año 92 y tras cuatro de litigio una sentencia obligó a la firma Frito Lay a pagarle 2,6 millones de dólares. La marca había tentado a Waits para usar la canción Step Right Up en un anuncio y la respuesta de Tom fue clara y concisa: No. Como declaró el publicista que intentó convencerle: “Nunca has escuchado a nadie en tu vida decir que no tan rápido”. Pero los publicistas no se dieron por vencidos y contrataron a un tipo, Stephen Carter, capaz de ofrecer una imitación muy buena de Waits.

Carter era de hecho un admirador de Waits y le hicieron dos pruebas para el anuncio. En la primera, la que le hicieron creer que emplearían, Carter hacía un homenaje a la música de Waits, algo con claras influencias pero sin ser una pura imitación. Cosa que si que era lo siguiente que grabó y que los de Frito Lay utilizarían para su anuncio. Harían creer al mundo que Tom Waits cantaba para vender una mierda de salsa para sus patatas fritas. Ni en el mejor de sus sueños.

El litigio comenzó en 1988 y finalizó en 1992 y afortunadamente la sentencia fue favorable a Waits. No se puede utilizar la música de nadie sin su permiso. Ni siquiera mediante subterfugios enrevesados. Nadie tiene derecho a profanar la música. Pero los publicistas no espabilaron. Y después de Frito Lay, vinieron Audi y luego Opel. ¿Habrá alguno más que se atreva a retar al último forajido?. Lo dudo. Probablemente estará descojonándose en el porche de su casa mientras por su mente bulle un nuevo sonido, una nueva melodía que sabe que le pertenece a él y sólo a él. Chapeu.