La carrera de Bob Dylan es tan prolífica y variada que es difícil escoger tus discos favoritos. El judío de Minnesota ha tocado con maestría el folk, el blues y el rock y hasta los 80 su discografía es prácticamente intachable. Mi primer disco de Bob Dylan fue un directo de finales de los 70 grabado en el mítico Budokan japonés y en él Dylan hacía su peculiar repaso a los temas más míticos de su catalogo.
En buena parte de los 80, como les sucedió a tantos otros músicos, la inspiración no estuvo de su parte. Es el periodo más flojo de su trayectoria. Hasta que formó parte de los Traveling Wilburys. Parece que este hecho le dio un empujón que dura hasta la actualidad. Eso fue en el 88 y este supergrupo logró un éxito tanto artístico como comercial.
En el 89 Dylan volvió al estudio para grabar un nuevo disco en solitario y bajo la producción de Daniel Lanois, habitual de U2 y que también había trabajado con Peter Gabriel o Neville Brothers, realizó una obra de arte llamada Oh mercy. Lanois tenía una visión muy particular de la música y su objetivo era conseguir lo que el denominaba “ese sonido cenagoso de Louisiana”. Dylan por su parte tenía las canciones. El resultado histórico.
El disco se grabó en el número 1305 de la calle Soniat en Nueva Orleans. El productor instaló una mesa de sonido en la planta baja y los músicos se colocaron en forma de herradura alrededor de él. Lanois creó el clima adecuado y supo estar a la altura de unas canciones que por sí solas son un compendio de lo que es capaz de realizar el amigo Bob cuando está inspirado. La intrigante Man in the Long Black Coat, las políticas Everything is broken y Political World, las misteriosas What good am I? y Ring them bells, Most of the time, todas dan forma a mi disco favorito de Dylan.