domingo, 28 de septiembre de 2025

El consentimiento. Vanessa Springora

En apenas tres tardes he devorado El consentimiento, el debut literario de Vanessa Springora que se editó hace cinco años, pocos meses antes de la pandemia, y que sacudió de arriba a abajo la sociedad francesa. Y no es para menos. Porque lo que cuenta Vanessa en esta extraordinaria novela es desgarrador, un tema por el que demasiadas veces se pasa de soslayo o no se aborda como se debiera. Quiero pensar que algo cambió tras la publicación de esta excelente novela. El tema del que trata sigue desgraciadamente de actualidad. De hecho hace unos días hubo una manifestación en el Congreso pidiendo que los delitos de abusos contra menores no prescriban. 

Bien, de eso nada más y nada menos trata la novela de forma brillante y con un armazón literario de órdago. Es evidente que el lector no puede sustraerse a unos hechos terribles como también es manifiesta la habilidad de Springora para tratar ese tema y numerosos y peliagudos recovecos que le rodean con lucidez y con un irresistible torrente de palabras. La autora hace especial énfasis en como durante unos años la intelectualidad francesa de izquierdas no sólo miro para otro lado con estos asuntos sino que increíblemente perpetró cosas tan horribles como firmar una carta abierta que se publicó en Le Monde en 1977 a favor de la despenalización de las relaciones sexuales entre menores y adultos. Nauseabundo. 

Abordar un tema tan turbulento de forma tan lucida como lo hace Springora es algo más que encomiable porque su habilidad literaria está fuera de toda duda. En esta pequeña novela la autora nos cuenta como con trece años conoció y cayó en las redes de un prestigioso escritor francés, Gabriel Matzneff que además se jactaba en su literatura de sus escarceos con adolescentes, vanagloriándose y trufándola de un halo místico que desgraciadamente tenía sus acólitos. De hecho por estos lares, hubo un desgraciadamente célebre escritor ya fallecido que escribió cosas deplorables sobre sus conquistas adolescentes en Japón. Puto asco.  

La autora cuenta su historia con determinación, sin rodeos, entrando en detalles y se hace preguntas a priori tan de sentido común que resulta chocante y absolutamente increíble que no sólo no se hicieran en su época sino que en tiempos pretéritos se le diese pábulo a conductas deplorables. Porque el consentimiento nunca puede ser dado por un menor desprovisto por completo del desarrollo humano e intelectual necesarios. Que sin duda la responsabilidad cae siempre en el adulto y que querer vender otra cosa es mezquino y está fuera de la ley. Hay pasajes verdaderamente aterradores en esta pequeña novela, momentos que hacen que te revuelvas y no des crédito a semejante esperpento. Por ejemplo, uno de los que más me llamó la atención es cuando la protagonista acude a la casa de un filósofo rumano, Emil Cioran que poco menos le indica que tiene que estar agradecida de ser la musa de Matzneff que debería ser un honor ser elegida por alguien así. Para flipar.

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