lunes, 27 de julio de 2020

Mis baterías favoritos I: Matt Cameron

Se suele decir de los baterías que son los zumbados de las bandas. Los raritos, esos seres especiales parapetados tras su imponente instrumento observando desde allá atrás como la chusma se suele deleitar con los solos pajilleros del guitarrista de turno y los alardes vocales del cantante en cuestión. Pero, ay amigos que sería de cualquier combo ya sea de rock o de cualquier otro estilo sin la sección rítmica, sin esos metrónomos humanos que en plena sintonía con el bajista son capaces de lograr un armazón sonoro digno de elogio. Ahí van algunos de mis favoritos. Una lista absolutamente subjetiva, como todo, !nos ha jodido! Y sin casi entrar en el mundo del jazz donde puede salir otra atómica en un plis plas. Comienzo por uno de los que llamó mi atención de forma poderosa allá por los noventa. 

Hace un tiempo dedique un miserable post al paso de los diferentes baterías por Pearl Jam. Al bueno de Matt Cameron le conocí en Soundgarden y si, lo has adivinado, me voló la puta cabeza. Además de darle de lo lindo a las baquetas el cabroncete de Matt dibuja unos imaginativos y asombrosos retoques con los tambores. A Cameron además de la psicodelia, el heavy, el pop y multitud de músicas le apasiona el jazz que siempre menciona como su influencia principal, con especial predilección por Billy Cobham.  Su participación en un concierto homenaje al gran Buddy Rich cosechó magníficas críticas. Me gustaría escucharle en esa tesitura pero de mientras aunque es complicado elegir canciones en las que su trabajo destaque porque lo hace en todas ahí van tres que me chiflan: Spoonman, Unemoyable y Fresh Trendils.







miércoles, 22 de julio de 2020

Andrew Bird. My finest work yet

Uno de los aspectos más interesantes de mi anterior empleo en una tienda de discos era la posibilidad de descubrir música a la que seguramente no hubiese accedido de no ser por haber estado en ese laboro. De vez en cuando descubrías discos muy buenos simplemente porque te llamaba la atención la portada, porque un nombre te resultaba familiar o incluso porque un cliente te recomendaba una rodaja. Era una gozada bidireccional. Y en ocasiones se hacían añicos todos tus prejuicios. Llegar a determinados artistas hubiese sido imposible en mi caso ya que su trabajo no se refleja en las publicaciones que suelo comprar (siempre Popular 1, muchas veces Ruta 66) o porque nadie te lo recomienda. 

En mi estancia en el mencionado curro descubrí unos cuantos discos espectaculares, uno de ellos sin duda My Finest Work Yet de Andrew Bird. Recuerdo que el día que llegó le pregunté a un compañero si conocía algo de la obra de este tipo. Y me dijo que no. Yo le contesté que conocía a un Andrew Bird que había sido violinista en Squirrel Nut Zippers una de esas bandas que el Popu elevó a los altares en aquella moda neo-swing. Para muchos aquella banda fue cosa de un momento concreto pero para el que escribe discos como Hot, Perennial Favorites o Bedlam Ballroom eran todo menos moda. Música imperecedera y de muchos kilates comandada por Jimbo Mathus. De modo aunque sólo fuese por curiosidad cogí el cd y lo puse sin esperar nada.

La música de Andrew Bird no tiene nada que ver con Squirrel Nut Zippers. Nada de nada. Pero es maravillosa. Especial. My Finest Work Yet es uno de los discos que más me ha gustado en los últimos años. No tiene nada que ver con el swing, ni con el rock. Si hubiese que ponerle una etiqueta supongo que encajaría más en la de pop, elegante, distinto con toques jazz en la batería, con profundidad soul, con ribetes folk. No sé por qué lo emparento con el God´s Favorite costumer de Father John Misty y sin duda está a su altura. Descubro que el amigo Andrew lleva ya una larga carrera en solitario y no sé si el título que le ha puesto a su nuevo disco es muestra de su humor o realmente lo piensa pero lo cierto es que éste es un trabajo fino, fino, pura orfebrería musical repleta de detalles exquisitos.


Los dos instrumentos que guían estas diez canciones son el piano y el violín. Con el violín Bird utiliza a menudo el pizzicato integrándolo a la perfección en el tema, dándole un toque la mar de curioso. El piano de Tyler Chester está omnipresente, es clave en todos los temas y destaca sobremanera en Bloodless una excelsa canción que se va a los seis minutos y pico y que no quieres que termine. Una gozada para los oídos que comienza sutil con el piano y el violín en pizzicato de Bird compenetrándose a las mil maravillas con una de esas baterías (cortesía de Ted Poor) sutiles elegantes que me chiflan y que desemboca en un estribillo chulísimo aderezado con los elegantes coros de Madison Cunningham.

Ese es el segundo corte del álbum que se ha abierto con Sisyphus un tema muy pegadizo que atrajo mi atención desde la primera escucha con ese silbido tan cool. Este disco me fue ganando poco a poco mientras lo tuvimos puesto en la tienda. Algo totalmente inesperado tanto por en el nivel como por no estar muy acostumbrado a estos sonidos. Pero me hechizó. Y sigo sin saberlo encajar en ningún estilo concreto. En mi casa sólo hay dos tipos de música la que me gusta y la que no y la de Bird me alucina, al menos este disco, todo un descubrimiento que cada día que pongo en el reproductor me gusta más.

Los coros femeninos antes mencionados alcanzan cotas supremas en Cracking Codes un tema que investigando por el tubo le he visto interpretar junto a Yola. En el estudio es Madison Cunningham la que se encarga de las voces. Otros tres temas espectaculares son Proxy War, Manifest y el cierre repleto de clase con Bellevue Bridge Club. No hay fisura en todo el álbum, emocionante, peculiar una música diferente que ha venido para quedarse. Indagar en su discografía anterior debería ser el siguiente paso pero de momento le doy al play otra vez a este descomunal My Finest Work Yet.

miércoles, 8 de julio de 2020

Steve Gorman en Popular 1

Vaya, vaya con Steve Gorman desata su lengua de lo lindo en la entrevista que ha concedido a Luis Roman González para el número veraniego de Popular 1. Ni Chris ni Rich salen bien parados. Del primero comenta que tras su fachada de hipppy se encuentra un tipo muy preocupado por la pasta y del segundo que es un envidioso y que también tiene el brillo del dólar en sus ojos. Por si eso fuera poco corrobora que los hermanitos siempre estaban peleados, antes incluso de tener éxito. Es su forma de relacionarse. Nada nuevo bajo el sol. Desde luego si ya tenía ganas de leer el libro Hard To Handle: The Life and Death of The Black Crowes muchas más tras leer la entrevista. 

Gorman comenta que el punto de inflexión para ponerse a escribir este libro fue la muerte del gran Eddie Harsch, que el volumen lo concibió como un homenaje al pianista de los Cuervos y también porque la historia de la banda debía de ser contada por el impresionante legado musical del combo de Atlanta. Y en ese aspecto estoy totalmente de acuerdo con Gorman. Los hermanos Robinson serán unos peseteros, unos egocéntricos o lo que Gorman quiera pero su talento musical es descomunal. Pocas bandas pueden presumir de tener una discografía tan impoluta como estos resabiados sureños. No hay fisura en todo su arsenal e incluso su álbum más flojo By your Side contiene unas cuantas piezas sublimes.

Llama mi atención que Gorman se muestra muy combativo y harto de los hermanos Robinson en toda la entrevista. Si, comenta que la música que hicieron juntos es maravillosa pero al leerle uno se queda con la sensación de que el resquemor y los malos rollos le agobiaron casi todo el tiempo que duró su estancia en la banda. Por otro lado es lógico pensar, que, coño Gorman si tan mal estabas haberte pirado antes. Pero hablar es fácil y puesto que el bueno de Steve estuvo con los resabiados hermanos Robinson tanto tiempo a mi sólo me queda felicitarle por haber aguantado tanta mecha y haber puesto su exquisita habilidad a las baquetas al servicio de los ogros de Atlanta. Y ahí van unas cuantas muestras del poderío, sutileza y pericia de Gorman tras el kit de batería:





miércoles, 1 de julio de 2020

The Last Dance

Casi cuatro lustros después de su retirada se sigue hablando de Michael Jordan. Mas en estos días con el estreno adelantado a abril del documental The Last Dance que se centra en la última temporada que Jordan jugó en los Bulls consiguiendo su sexto anillo con aquella jugada mítica en la que primero le roba el balón a Karl Malone y una vez recuperado en el siguiente ataque se la lía de forma sublime a su defensor. Soy de los que piensa que ese es el mejor resumen de la carrera de este portento: determinación absoluta en los dos lados de la cancha. 

El documental está muy bien planteado. Con continuos saltos en el tiempo para poner en perspectiva donde estaba Jordan a finales de los ochenta y a donde llegó una década después. En los inicios de Michael Jordan se ve a un jugador portentoso físicamente, pero endeble en la lectura del juego. Esos primeros tiempo era como aquel episodio de El principe de Bel Air en la que el entrenador le decía a sus pupilos pasársela a Will. Pero por muy bueno que seas, y Jordan lo era, casi seguro el mejor, eso no te da para ganar un anillo. Para eso necesitas escuderos, tipos que sepan hacer su trabajo, que incluso se sepan apartar para que brille el de siempre. Todos esos recovecos están muy bien trazados en el documental. 


De modo que aunque la figura de Jordan es el eje del documental, con sus luces y sus sombras he disfrutado especialmente aquellos capítulos en que sabemos más de tipos tan emblemáticos como Dennis Rodman, Scottie Pippen o Steve Kerr. Todos aparecen en el documental y hablan de su compañero. La verdad es que ninguno expresa mucha cercanía o simpatía por el 23 de los Bulls lo cual lejos de suponer una traba le da todavía más morbo al tema. El artefacto está diseñado a la medida de Jordan y aunque no se esquivan asuntos turbios lo cierto es que se podía haber indagado más en ellos, meter bien el escalpelo, carroñear más pero claro amigos la figura de Jordan es intocable y más en un producto diseñado a su medida. 

Por supuesto es muy interesante también la aportación de Phil Jackson ese zen de manual que pasea su simpático rostro y que en un momento dado deja clara su importancia en el legado de Jordan dándole una receta muy sencilla: el balón hay que pasarlo, moreno, ja ja ja. Cosa que seguro no tendría que haberle explicado a Larry Bird porque amigos yo no digo que Bird sea el mejor jugador de la historia lo que aseguro es que no ha habido nadie más inteligente que haya pisado una cancha de baloncesto. Ahí os quedáis con Present Tense uno de mis temas favoritos de Pearl Jam para darle lustro a la escena final del documental.