sábado, 3 de febrero de 2018

David Buckley. David Bowie, una extraña fascinación

Cuando David Buckley publicó David Bowie, una extraña fascinación en 2001 ya existían multitud de biografías sobre el Duque Blanco. Buckley se postulaba en esta como una referencia ineludible. Así nos explica en el prólogo que el libro nació tras realizar una tesis doctoral en el Institute of Popular Music de la Universidad de Liverpool. A partir de ahí Buckley comenzó su trabajo para este volumen entrevistándose con todas las personas que en un momento u otro colaboraron con Bowie (todas menos el manager Tony De Fries que al parecer no se inmiscuyo en ninguna de las biografías publicadas). Es más el propio Bowie dio el visto bueno al libro en un principio para meses después retirar su apoyo poniendo a parir al autor y su libro. Detalle definitivo para que mis ganas de leerlo se hayan multiplicado por mil.

Y el resultado ha sido que a pesar de tener la biografía sobre Tom Petty en mi poder el mismo día que se editó no he podido dejar de leer este volumen sobre Bowie. Muy bien escrito y documentado, se puede o no estar de acuerdo con las opiniones de Buckley sobre los aspectos musicales de la obra de Bowie pero el libro está escrito con un pulso certero, indagando en todas las cuestiones fundamentales en la vida y obra de este singular sujeto. Y da para mucho. Más si cabe teniendo en cuenta mi absoluta ignorancia sobre la obra de Bowie (tan sólo poseo Hunky Dory, Ziggy y un recopilatorio) y sobre multitud de aspectos de su vida privada.

Cualquier biografía con cierto peso tiene que tener como baza fundamental el testimonio de los más cercanos al músico en cuestión. Aquí las opiniones de tipos como Tony Visconti, Carlos Alomar, Ken Scott esta sazonada con las disquisiciones del autor sobre cada tema. En el apartado musical, Buckley realiza un análisis completo de cada grabación, señala sin cortapujos cuáles son sus favoritos y se decanta por Aladdin Sane o la trilogía berlinesa como los momentos cumbres de su dilatada trayectoria. En lo de Aladdin Sane estoy de acuerdo, ha sido mi banda sonora mientras leía el libro y me ha alucinado. Lo de la trilogía berlinesa lo tendré que comprobar así como Diamond Dogs y Young Americans que ya he catado y las primeras sensaciones son buenísimas.



Con lo que he disfrutado de lo lindo ha sido con la carroña. A mansalva. En cantidades industriales. Reconozco mi gusto por los detalles escabrosos. Y ahí muy alto en mi top particular está la loca estancia de Bowie en Los Angeles. Dos años y medio consumiendo cocaína a lo loco, perdiendo la noción tiempo-espacio y que dan a lugar a momentos surrealistas. Mi favorito ese en el que un Bowie totalmente fuera de la realidad llama a su asistente avisando de que unas brujas le quieren secuestrar para robarle el semen o cuando detalla su excéntrica dieta a base de leche y pimientos verdes y rojos que devoraba tirado en suelo sin apenas luz.

No se puede obviar la polémica nazi. Bowie hizo unas declaraciones declarandose admirador de la inteligencia de Goebbles y de ciertos aspectos de Hitler unido eso a un saludo que hizo un día y que algún avispado en seguida dijo que era el saludo nazi. Pues ya la tenemos liada. Algo habitual en el mundo del espectáculo y que venía muy bien siempre para estar en el candelero.

Son muy interesantes las insospechadas conexiones de Bowie con personajes tan variopintos como Elizabeth Taylor, John Lennon o Bruce Springsteen con quien se rumorea que grabó una versión de It´s Hard to be Saint in the city.  Como se comenta en el libro a priori no podía haber dos estrellas más diferentes y que representasen justo lo contrario que Bowie y Springsteen. También tiene tela el momento Bing Crosby acompañando al cantante americano en un especial televisivo. Lo cierto es que en los primera década de su carrera Bowie era todo menos previsible. 


Carlos Alomar guitarrista en unos cuantos discos del Duque Blanco tiene una importante presencia en el libro. Especialmente cachondas son sus opiniones sobre Brian Eno, un sujeto peculiar, por escribir algo. Sus métodos de grabación eran extraños a más no poder para la cultura y la formación musical de Alomar. Así Eno se presentaba en el estudio con unas cartas escritas con lemas. Lo llamaba Estrategias Oblicuas. En las mencionadas cartas escribía pequeñas frases que entregaba a los músicos con frases como: Recuerda tus noches tranquilas, Mira cuidadosamente los errores más vergonzosos y amplificalos... Suficiente, ¿no?. Eso mismo pensaba Alomar, ja,ja.

Y no podía faltar su etapa berlinesa con Iggy Pop como cómplice. Una asociación extraña a priori. Berlin es un lugar mitificado en la carrera de Bowie y que según el autor de este libro dio como resultado la etapa más creativa del músico así como una recuperación de su descontrolado consumo de drogas aunque no las abandonaría por completo pegándose sus buenas juergas con Iggy Pop. En esta parte he echado en falta más anécdotas, mas carroña para que engañarnos. Así como de su relación con Lou Reed que una noche le arreo unos buenos hostiones a David. 



Es muy interesante también la evolución de la carrera de Bowie en el Reino Unido y Estados Unidos. Mientras que en el país británico su éxito fue abrumador con cifras que sólo los Beatles habían alcanzado en Estados Unidos le costó de lo lindo. Su imagen andrógina, el jugueteo con la sexualidad y la propia música estaban lejos del estereotipo de macho alfa que triunfaba. En las ciudades grandes como Nueva York o Philly, Bowie podía rascar más que en el cinturón biblíco donde uno se imagina a los parroquianos persiguiendo a Ziggy hasta darlo su merecido.

Otro aspecto muy interesante en la carrera de Bowie es la espectacular nómina de músicos colaboradores. Encontrarme ahí a Stevie Ray Vaughan ha sido toda una sorpresa. Adrian Belew cuenta como Bowie le engatusó para dejar a Frank Zappa. Con ese pasaje me he reído un rato puesto que Bowie estaba viendo una actuación de Zappa y estaba embelesado viendo las habilidades de Belew. Tras la actuación quedaron fueron a un restaurante a cenar en una gran ciudad y quién estaba allí cenando, pues Zappa que al parecer puso a Bowie a parir...

En general casi todos los implicados en la carrera de Bowie parecen sinceros y aunque abundan los parabienes también hay unos cuantos reproches por su forma de manejar el negocio o su escaso compromiso con quién trabajaba , salvo excepciones. Así me ha parecido curioso el caso del pianista Mike Garson al que dijo que iban a trabajar juntos los próximos veinte años y ese es el tiempo precisamente que transcurrió entre una y otra colaboración. O el caso más extraño y sangrante el de Mick Ronson a cuyo concierto de homenaje e incluso funeral Bowie no acudió.

También está muy documentada su asociación con el productor Tony Visconti. Pieza clave en su sonido para unos, sobrevalorada su contribución para otros. No hay término medio. Lo cierto es que sus carreras están indisolublemente unidas y las apreciaciones de Visconti sobre Bowie son siempre positivas. Hubo un cisma entre ellos en una época debido a que Visconti ofreció sus testimonios para un libro que indagaba en los antecedentes de enfermedades mentales en la familia de David Bowie.

Es muy interesante también el recorrido por la etapa de mediados de los ochenta en adelante con un Bowie pisoteando todo su ideario y haciendo caja sin miramientos, luego entregado a sonidos extraños que fructificaron en discos tan poco reivindicados como Outside o Earthling y me ha gustado mucho como explica el autor la relación de Bowie con Internet en esos primeros años. El Duque Blanco estaba fascinado con las posibilidades de la Red y le gustaba enredar, valga la redundancia, e ir un paso más allá que sus contemporáneos. Desconozco si Buckley se ha planteado escribir lo que falta de 2000 hasta la muerte de Bowie. En caso de que lo haga será un placer leerlo.