Estaba el domingo pasado desenfundando una vez más mi flamante vinilo de Physical Graffitti de Led Zeppelin, poniéndolo cuidadosamente sobre el plato cuando desde otra habitación escuché a todo volumen el debut de los Ramones. Era Unax que está obsesionado con ese disco y no tuve más remedio que unirme a él. No quiero sumarme aquel relato que decía que los punkis vinieron para acabar con los dinosaurios tipo Pink Floyd, The Rolling Stones o los propios Led Zeppelin. De hecho no compro esa tesis ni aquella otra de que el grunge vino para fagocitarse a todo el espectro hard rock y poco menos que barrerlo de la faz de la tierra. En mi casa es tan importante el atómico Demolition 23 como algunos discos de Pink Floyd. Soy así y no puedo evitarlo. Muy respetable el que quiera estar en su gheto punk rock, hard rock o lo que sea, allá el. Yo a lo mío.
Y a estas alturas, ¿qué se puede escribir sobre el jugoso debut de los Ramones que no se haya hecho ya y a buen seguro mejor que en este cochambroso blog? Pues poco o todo, vete a saber. Lo que siento al escuchar este disco de los Ramones es un chute de vitalidad, sigue sonando igual de fresco que cuando me lo calcé por primera vez (mediados de los noventa) y fijo que igual de esplendoroso que el día que se editó un 23 de abril de 1976. Es hilarante como esta panda de inadaptados que se llevaban como el culo consiguieron hilar una carrera que en sus primeros años es un contagioso y sorprendente compendio del do it yourself más primario. Cuando algún ilumina@ suelta aquello de que son sólo tres acordes y patatin y patatan lo único que se me ocurre decirle es. Hazlo tú, listillo. One, two, three, four...