Ayer acudía a votar por cuarta vez en mi vida. Como dice un amigo lo hice con la pinza en la nariz. Tenía claro a quien no votaría por nada del mundo pero muchas dudas de a quien votar. Uno más de los, al parecer, millones de indecisos. Entre los que no son de mi cuerda están el trio fachil, es decir, la derechita cobarde, la envalentonada y la que va de liberal pero es tan nociva como las otras dos. Tampoco esos que lucen la o de obrero en sus siglas merecen ni un ápice de mi confianza. Ni por más que me repitan una y otra vez eso del voto útil voy a pasar por el aro con una partido que tiene una retranca conservadora muy arraigada en esos barones que nos vienen a la mente. Que les den. De modo que mis opciones se reducían a los que las otras veces he votado y por una u otra razón me han terminado decepcionando. Por eso en muchas ocasiones he acabado sin ejercer mi derecho a voto. Por eso y porque tengo muchas dudas de la eficacia de este modelo democrático a la vez que tengo claro que hay cosas mucho peores. Y no hay que irse muy lejos.
Vistos los resultados se abre un periodo de más de lo mismo. Nula confianza en que el partido que ha ganado vaya virar a la izquierda. No lo ha hecho nunca ni lo va a hacer ahora. Me eché unas risas ayer cuando los concentrados en la celebración de los ganadores le espetaban a su líder eso de "con Rivera no, con Rivera no". Pues va a ser que si, ja, ja. En fin a mi lo que me gustaría es la independencia del lugar donde vivo. Y no por sentimiento nacionalista, nada que ver con banderas o zarandajas varias, sino por el simple hecho de que molaría poder organizarnos sin tener que depender de un país tan retrogrado, un lugar en el que todavía la Iglesia, los que vivieron de lujo en el franquismo y demás especies varias tiene un peso vergonzoso. En fin...