Ayer se cumplieron dos años de la muerte de David Bowie. Su deceso sacudió al mundillo cultural. El impacto mediático fue colosal a la altura de lo esperado. Por estos lares publicaciones tan distintas como RockDelux, Popular 1 o Ruta 66 le dedicaron la portada, cosa que no sucedió ni con Prince, ni con Lemmy ni siquiera con Tom Petty. Unanimidad absoluta y jugosos textos y algunos otros muy cutres para glosar su vida y obra.
Siempre se escribió de Bowie que fue un artista adelantado a su tiempo, camaléonico, capaz de reinventarse una y otra vez, con grandes ideas y con la capacidad de apropiarse de las ajenas y llevarlas a terrenos inexplorados, de darles su toque en definitiva. Casi todos los textos abundaban en estas ideas y en la grandeza de su despedida. Black Star parecía diseñado para decir adiós. Casi nadie esperaba tal desenlace.
Tengo muchos discos por descubrir de este tipo. Tan sólo poseo de su amplia discografía Hunky Dory, The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders From Mars y un recopilatorio que presté y nunca me fue devuelto. Y se me antoja muy poco. Los dos discos mencionados no me entraron a la primera, ni a la segunda, ni siquiera a la tercera. Mentiría si escribiese lo contrario. Fue Su la que más los pinchaba y me insistía y acabé por adorarlos. Ambos. Dos discos colosales, diversos, plagados de matices y de diferentes sonidos. Y sobre todo repletos de temas para llevarte a cualquier lugar y momento.
Además de mucha música por descubrir del Duque Blanco me interesan muchos aspectos de su vida, su conexión con Iggy Pop o Lou Reed, su relación con Mick Ronson, su miedo a la enfermedad mental, el abuso exacerbado de cocaína, su interés por la moda... Hay varios libros publicados sobre Bowie el más prometedor justo es el que no se ha traducido al castellano: David Bowie: The Life de Dylan Jones aunque también goza de prestigio Starman escrita por Paul Trynka. Ese está a mi alcance.