Mucho más que expectativas cumplidas. Lo de ayer a la noche fue como un sueño. Tomé la decisión correcta. Pero ahora quiero más. Haré lo posible por volver a ver a Cracker en el WOP Festival el próximo 12 de diciembre. Ahora trataré de explicar lo vivido ayer en la mejor sala de conciertos que existe por estos lares: HellDorado. La primera sorpresa fue que antes de salir hacia Vitoria me enteré de que iba a asistir al concierto mi primo Oscar (bajista de Gruff), tipo con el que llevo compartiendo la pasión por el rock´n roll desde la más tierna adolescencia. Nuestros caminos se han juntado en innumerables ocasiones y nos lo hemos pasado pipa. Ayer parecíamos dos putos Fraguel enloqueciendo con el despliegue de Cracker sobre el escenario.
He de confesar que llevaba dando la caca a mis amigos con este concierto bastante tiempo. Compré la entrada a mediados de noviembre y desde la sala me informaron que la venta de tickets iba rápida. Iba a ser un lleno. Aforo repleto. 300 afortunados que tuvimos la suerte de ver en acción a una banda clásica en un excelente momento de forma. Nada de tirar de nostalgia. Un presente tan estimulante como su glorioso pasado de tal forma que sonaron muchos temas de su fenomenal último disco Berkeley To Bakersfield. Otra rodaja clásica que añadir a su repertorio. En realidad la noche se puede resumir en que podíamos haber estado otras dos horas y cuarto con temas de Cracker que no sonaron ayer y hubiésemos salido igual de flipados. Y no es una exageración porque apenas tocaron temas de Forever, Gentleman´s blues o Sunrise in the land of milk and honey.
Jamás me suelo fijar en detalles técnicos en los conciertos. Escapan a mi entendimiento. La información al respecto me la suele aportar Diego qua ayer no estaba, pero mi primo Oscar que conoce al respecto me comentó en varias ocasiones que le flipaba como eran capaces de interpretar muy diferentes tipos de canciones sin apenas cambiar instrumentos o pedales y esas historias. Simple y llanamente dando a cada canción lo que necesita en cada momento. Con una precisión espectacular. Yo así lo sentí. Pasaban de trallazos rockeros y algunos con ese toque punkarra que tanto me gusta a delicias country servidas a fuego lento.
En escena Hickman y Lowery no puden ser más diferentes. Es un curioso y divertido contraste. El guitarrista y ocasional vocalista es la viva imagen de la emoción y el entusiasmo. Un tipo que vive el rock´n roll con pasión y dotado para sacar el máximo rendimiento a su instrumento. Lowery parapetado tras sus gafas de sol, es más serio y sobrio, parece que canta enfadado y eso me encanta. Ambos son esenciales en la banda y los músicos con los que venían les secundaron a la perfección.
Tengo especial fijación por los temas de apertura de los conciertos. Una buena elección es fundamental. Y Seven Days cumple ese requisito. Nos llevó en bolandas y le siguieron con igual soltura California Country Boy, Euro Trash Girl y Get on Down Road. Los temas de su último disco no desentonan con clásicos como el mencionado Euro Trash Girl, This is Cracker Soul, Sweet Potato o Get of This. Y cayeron sorpresas y favoritas personales como The world is mine, una explosiva Time machine, One Fine Day, Weddin Day o Another Song about the rain. Con esas dos últimas ya se me caían las lágrimas y todo. Hickman interpreta los temas con un entusiasmo desmedido que contagia a sujetos volubles como yo. Uno de esos conciertos míticos que suceden cada cierto tiempo compartido con alegría con buenos amigos. Y a repetir.