Por fin he visto el final de Breaking Bad. Aviso a los millones de lectores de este blog que este post contiene spoilers. Bueno ya me he quitado un peso de encima. Breaking Bad ha sido una serie que he seguido con entusiasmo desde que me la descubrió una compañera de trabajo allá por octubre de 2010. Eran mejores tiempos para mi (por lo menos en lo laboral porque tenía trabajo) y también para la serie porque sus tres primeras temporadas son bastante mejores que las dos últimas. Como todo cuestión de gustos. Y no me voy a quejar porque en cualquier caso el nivel es bueno. Aún con altibajos, Breaking Bad juega en la liga de Los Soprano o The Wire aunque en conjunto sea inferior a estas.
En cualquier caso el final me ha gustado. Ha sido una forma elegante y coherente de finiquitar el asunto. Uno de los aspectos que más me ha gustado de la serie ha sido la evolución del personaje de Jesse Pinkman magníficamente interpretado por Aaron Paul. Pinkman logra salvar el pellejo, que tal y como estaban las cosas es más que suficiente, pero además se revela como el personaje con un fondo más noble de todo este tinglado.
No había ninguna duda de que Walter White iba a morir y aunque es el eje principal de la serie y un personaje de esos que se quedan en el imaginario colectivo lo cierto es que al final le estaba pillando manía. Pinkman, en cambio, pasa de ser un joven alocado sin mayor pretensión que colocarse y ganar pasta fácil a ser un tipo honrado, irremediablemente marcado por tanta tragedia pero al que le puede esperar un futuro, tal vez sencillo, tal vez gris pero algo. El creador de la serie tiene preparado un spin off de la misma que se estrenará en noviembre centrado en el personaje del abogado Saul Goodman. Y sin duda, lo seguiré pero molaría ver unos cuantos capítulos más de la serie con las andanza de Jesse aunque fuese en un pueblo perdido de Minnessota viviendo otra vida. El tipo se lo merecía.