Las etiquetas en el mundo de la música han servido y todavía sirven para vender el “producto” mejor. Es cierto que en ocasiones ayudan, otras, sin embargo no son nada más que una pequeña pincelada del rico mosaico. Así, es fácil, aunque un tremendo error, caer en juicios tipo: Kiss son heavies, The Beatles son unos poperos blandengues o también muy común meter en el mismo saco, por ejemplo en el grunge, a bandas tan diferentes como Alice in Chains, Pearl Jam o Screaming Trees.
A veces es la imagen, otras una canción determinada la que hace que los grupos sean metidos en estilos que aunque tocan no son su sustento principal. Uno de los más injustos me parece el caso de Lynyrd Skynyrd. Rock sureño. Si, de acuerdo. Eso y mucho más. Un grupo con esa trayectoria hay que escucharlo en profundidad. Sólo así te percatas de que eran capaces de sonar fieros, fieles a los patrones sureños y a la vez tiernos melancólicos, blueseros, acercarse incluso al country con maestría.
No creo que a Van Zant y cía les resultase muy molesto que se les colgase el cartel de rock sureño broncas allá donde iban. Sin duda estaban más preocupados de grabar canciones que desde las raíces blues y country pasarían a formar parte de la historia del rock´n roll con letras bien mayúsculas. Y es que de 1970 a 1977, hasta la muerte del gran Ronnie Van Zant, la discografía de Lynyrd Skynyrd es intachable. Una buena forma de comprobarlo es hacerse con la caja The Definitive Lynyrd Skynyrd Collection editada por Universal en 1991. 47 clásicos imperecederos y una presentación exquisita, con un bonito libreto de 62 páginas. Pues eso, Lynyrd Skynyrd, más allá de la etiqueta sureña.