No poseía la elegancia de Cary Grant, ni gozaba de la simpatía del público como Jack Lemmon, tampoco hacia gala de ese difícil carácter como Marlon Brando. Por supuesto no contaba en absoluto para la crítica seria de su tiempo y el mismo no ayudaba en nada con su actitud. Imaginaos algún actor de hoy en día haciendo declaraciones del tipo: Las películas me aburren, especialmente las mías o Tengo dos formas de actuar con o sin caballo. No, definitivamente Robert Mitchum no era un tipo fácil. Cuando alguien alababa en exceso su trabajo parecía sentirse incómodo y cortaba de raíz cualquier intento de congeniar con el sujeto en cuestión. El cine era un medio de ganarse la vida sin hacer demasiado esfuerzo. Después de vagabundear por la América profunda de los años 30 cualquier trabajo que lo alejase de la delincuencia o del boxeo parecía una buena alternativa.
Realizo más de 150 películas y estuvo soberbio en un buen número de ellas aunque otras no valiesen ni para huir del frío atroz de Minnesotta un 14 de febrero. Paseo su inconfundible rostro desde la década de los 30 hasta bien entrados los 90. Casi nadie estuvo tanto tiempo como él en primera línea. Afortunadamente, con el paso del tiempo la critica europea, especialmente la francesa, se percato de que bajo esa apariencia de desidia se encontraba uno de los actores mas intuitivos y trabajadores que han pasado por Hollywood. Allí donde otros querían destacar, Mitchum administraba sus recursos interpretativos de forma sutil e única, no hacían falta grandes aspavientos. No necesitaba el método Stanislavski (en todo caso el Smirnoff como le dijo a un joven actor en los 60), ni dárselas de importante, en ocasiones bastaba con saber escuchar y decir tus frases sin equivocarte. Toda una economía de medios de la que sacaron partido unos cuantos directores: Fred Zinneman, Otto Preminger, John Huston o Charles Laughton en su única incursión detrás de las cámaras.
Su carrera despegó en la RKO, uno de los estudios más caóticos del Hollywood clásico dirigido caprichosamente por el loco de Howard Hughes. En su seno participo en algunas de las mejores películas de cine negro de la época: Retorno al pasado, Cara de ángel o Encrucijada de odios y en títulos menos acertados marcados por las extravagancias de su dueño, el peculiar Hughes. Cuando termino su vinculación con la RKO trabajo por libre como tantas otras estrellas para los grandes estudios de la época: Universal, Columbia o Fox. A menudo se refugio en papeles en un tipo de cine denostado por la gente seria pero que proporciona gran entretenimiento: el cine de aventuras. Así, brillo especialmente en Bandido, Tres vidas errantes o Solo Dios lo sabe. Pero había que hacer de todo y rodó algunos memorables melodramas como No serás un extraño o Con él llego el escándalo. Aunque tal vez en la retina de los espectadores perdure su malvado Harry Powell de La noche del cazador una pequeña joya reivindicada con los años como una de las mejores películas de la historia. Ahí y en El cabo del terror el amigo Mitchum da miedo, se sumerge en las profundidades del alma humana y aparece como un ser diabólico. En una época se implicó incluso en un proyecto totalmente personal, Thunder Road, la historia de un contrabandista de alcohol que encandiló a los seguidores de la cultura pop.
Con los años no sólo no disminuyó su presencia en el celuloide sino que trabajó más que nunca. Tal vez perdió el norte en los años 70 y 80, pero ¿quién no lo hizo en esas décadas? Aún así surgía de vez en cuando majestuoso, dando lecciones a los más jóvenes: Adiós muñeca, La hija de Ryan, Los amantes de María o Dead man son buenos ejemplos de ello, junto con el nostálgico cameo en El cabo del miedo, remake de El cabo del terror, realizado por un furibundo admirador suyo, Martin Scorsese, que cuando le conoció le comento que había visto todas sus películas a lo que Mitchum contestó que él no habría visto más de siete.
Su muerte coincidió con la de otro icono del Hollywood clásico: James Stewart, el prototipo de americano medio, de buen talante y corazón, en las antípodas del pendenciero y travieso Robert Mitchum. Cualquier momento es bueno para visionar una de esas inimitables películas de cine negro en las que participo este hombre y deleitarse de nuevo con el eterno perdedor que encarnaba como nadie. Fijaros, insisto una vez más en la mejor cualidad de Mitchum, sabía escuchar, hay es nada…
Realizo más de 150 películas y estuvo soberbio en un buen número de ellas aunque otras no valiesen ni para huir del frío atroz de Minnesotta un 14 de febrero. Paseo su inconfundible rostro desde la década de los 30 hasta bien entrados los 90. Casi nadie estuvo tanto tiempo como él en primera línea. Afortunadamente, con el paso del tiempo la critica europea, especialmente la francesa, se percato de que bajo esa apariencia de desidia se encontraba uno de los actores mas intuitivos y trabajadores que han pasado por Hollywood. Allí donde otros querían destacar, Mitchum administraba sus recursos interpretativos de forma sutil e única, no hacían falta grandes aspavientos. No necesitaba el método Stanislavski (en todo caso el Smirnoff como le dijo a un joven actor en los 60), ni dárselas de importante, en ocasiones bastaba con saber escuchar y decir tus frases sin equivocarte. Toda una economía de medios de la que sacaron partido unos cuantos directores: Fred Zinneman, Otto Preminger, John Huston o Charles Laughton en su única incursión detrás de las cámaras.
Su carrera despegó en la RKO, uno de los estudios más caóticos del Hollywood clásico dirigido caprichosamente por el loco de Howard Hughes. En su seno participo en algunas de las mejores películas de cine negro de la época: Retorno al pasado, Cara de ángel o Encrucijada de odios y en títulos menos acertados marcados por las extravagancias de su dueño, el peculiar Hughes. Cuando termino su vinculación con la RKO trabajo por libre como tantas otras estrellas para los grandes estudios de la época: Universal, Columbia o Fox. A menudo se refugio en papeles en un tipo de cine denostado por la gente seria pero que proporciona gran entretenimiento: el cine de aventuras. Así, brillo especialmente en Bandido, Tres vidas errantes o Solo Dios lo sabe. Pero había que hacer de todo y rodó algunos memorables melodramas como No serás un extraño o Con él llego el escándalo. Aunque tal vez en la retina de los espectadores perdure su malvado Harry Powell de La noche del cazador una pequeña joya reivindicada con los años como una de las mejores películas de la historia. Ahí y en El cabo del terror el amigo Mitchum da miedo, se sumerge en las profundidades del alma humana y aparece como un ser diabólico. En una época se implicó incluso en un proyecto totalmente personal, Thunder Road, la historia de un contrabandista de alcohol que encandiló a los seguidores de la cultura pop.
Con los años no sólo no disminuyó su presencia en el celuloide sino que trabajó más que nunca. Tal vez perdió el norte en los años 70 y 80, pero ¿quién no lo hizo en esas décadas? Aún así surgía de vez en cuando majestuoso, dando lecciones a los más jóvenes: Adiós muñeca, La hija de Ryan, Los amantes de María o Dead man son buenos ejemplos de ello, junto con el nostálgico cameo en El cabo del miedo, remake de El cabo del terror, realizado por un furibundo admirador suyo, Martin Scorsese, que cuando le conoció le comento que había visto todas sus películas a lo que Mitchum contestó que él no habría visto más de siete.
Su muerte coincidió con la de otro icono del Hollywood clásico: James Stewart, el prototipo de americano medio, de buen talante y corazón, en las antípodas del pendenciero y travieso Robert Mitchum. Cualquier momento es bueno para visionar una de esas inimitables películas de cine negro en las que participo este hombre y deleitarse de nuevo con el eterno perdedor que encarnaba como nadie. Fijaros, insisto una vez más en la mejor cualidad de Mitchum, sabía escuchar, hay es nada…